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La reforma educativa se ha convertido en eje de acciones, debates y controversias en nuestro país y en el ámbito mundial. Durante un tiempo considerable, la génesis que la impulsaba provenía del interior de las instituciones y los sistemas, pero en las últimas décadas sus promotores han sido agentes externos que exigen el cumplimiento de necesidades y demandas más cercanas al Estado y el mercado que a la propia academia. La experiencia ha mostrado que sólo en pocas ocasiones es posible hacer transformaciones radicales y en, consecuencia, la mayoría de las veces los cambios son superficiales y se llegan a realizar, incluso, para que todo siga igual.
En la revista Este País se incluye un ensayo del filósofo y politólogo Edgar Morin acerca de la necesidadcada vez más inaplazable de reformar la educación, la enseñanza y el pensamiento. Desde una perspectiva holística, Morin considera la necesidad de conjugar en una misma intención transformadora, la reforma de la sociedad (que implica reformar la civilización), la reforma de la mentalidad (que incluye la de la educación), la reforma de la vida, de la ética y de la ciencia.
Advierte que durante el siglo XX se realizaron reformas educativas en distintos países del planeta, buscando alcanzar todas ellas, un conjunto variado de objetivos cuyo eje común giraba en torno a modernización y actualización del sistema educativo con el fin de responder a los profundos cambios científicos, tecnológicos y productivos de las nuevas realidades sociales.
No obstante, señala que la concepción del éxito, la buena vida y la conciencia de las vías para lograr el cambio educativo, más que impulsar las reformas, las han conducido a la paradoja del éxito efímero e inmediato y el fracaso definitivo a largo plazo.
Para Morin, en la médula de la reforma educativa, se encuentra el problema del conocimiento, su organización y la superación de la orientación exclusivamente tecno-científica y economicista que, como resultado de la fragmentación del saber, se concentra sólo en los aspectos técnicos de una parte de las interrelaciones humanas, olvida el resto y de ese modo deshumaniza y descontextualiza el conocimiento que produce.
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